Trescientos sesenta y cinco días atrás
sentía el cuerpo anestesiado. Cansado. Aliviado.
Mis guardianes vigilaban mi estar. Me
sostenían. Me llenaban de vida. Me abrazaban, como siempre y como nunca. Me
llenaban de dulce luz.
Ese día grité, alcé mi voz y reclamé lo
que era mío. Desde la ira que sólo el dolor desgarrado permite. Desde la fuerza
que sólo el amor hace posible.
Tomé decisiones. Resolví. Despedí. Solté
los brazos y el alma. Puse hierbas para acompañar el cuerpo de mi guerrero al
final de su batalla. Quemé la sinrazón. Ablandé la coraza. Miré los límites.
Dormí la enfermedad. Inicié este viaje.
Trescientos sesenta y cinco días son
pocos. Pocos para reandar el camino y adentrarme en la mar. Apenas suficientes
para plantar los pies en la tierra y volver a sentir la vida florecer. Son los
días necesarios para detener la sangre y entregársela a la luna. Son las horas
suficientes para repasar el reflejo de mi rostro y para saber que nunca
renunciaré a mis claroscuros.
Ese día canté una canción. Resolví y
recaí. Me volví a entregar, sin remedio y sin reparo. Olvidé. Atesoré. Sembré
una primavera entre las cenizas.
Trescientos sesenta cinco y días son
apenas suficientes para sostener la dignidad. Apenas lo necesario para
alimentar la memoria y sostener la promesa.
Trescientos sesenta y cinco días después
mis letras hablan y mi danza retumba en el centro de la tierra. Mis guardianes todavía
me vigilan. Mi cuerpo se estremece. Mi miedo sabe que siempre cederá el paso al
amor.
Trescientos sesenta y cinco días después
vuelvo a gritar con la fuerza del amor, porque he seguido reclamando lo que me
pertenece, porque he seguido sabiendo que el dolor está aquí para recordarme el descanso,
el alivio, la vida.
Tomo decisiones. Resuelvo. Valoro.
Siembro. Amo. Recuerdo. Duelo. Sostengo. Sonrío. Creo. Vivo.
Trescientas sesenta y cinco puertas,
entreabiertas, por abrir, abiertas de par en par.
Trescientos sesenta y cinco días... y
contando.
EACGR (En un febrero frío)
22/2/2015