Llego a encontrarte. Te busco en las paredes y en la taza de café. Te sigo en el aroma del anís mezclado con tabaco. Te encuentro en una sonrisa ausente que no suena ni sabe.
Llego a encontrarte y te me confundes con las algas que traje del mar. Te confundes entre los suspiros y las posibilidades. Te escondes entre la imaginación y la cordura.
Llego a encontrate y te llamo entre la muda soledad de una casa sin tiempo. Te hablo y te pregunto si eres tú el que habita esta nueva ráfaga de calor en mi pecho. Te llamo y espero respondas por esta ilusión, por esta locura, por este mar agitado buscando saciarse.
Llego buscándote y me encuentro con tus ojos que ya no miran. Te miro fijamente y te encuentro en otras canciones, en otros versos, en las flores que no me diste. Te encuentro en mi cuerpo despertando a la ensoñación.
Llego buscándote y me encuentro. Sigo tu mapa y descubro las nuevas rutas a la caricia y al dulce beso de un tiempo que aún no llega.
Vengo a buscarte y te encuentro, sin saberlo, al encontrarme con amor y sin miedo.
Vengo a buscarte siempre que me voy, siempre que me quedo, siempre que atravieso. Vengo a buscarte mientras llego a esta playa que brilla con la luz de un nuevo y radiante sol.
Sobre las vías
Caminos y estaciones de un viaje incierto
domingo, 8 de marzo de 2015
domingo, 22 de febrero de 2015
Trescientos sesenta y cinco días
Trescientos sesenta y cinco días atrás
sentía el cuerpo anestesiado. Cansado. Aliviado.
Mis guardianes vigilaban mi estar. Me
sostenían. Me llenaban de vida. Me abrazaban, como siempre y como nunca. Me
llenaban de dulce luz.
Ese día grité, alcé mi voz y reclamé lo
que era mío. Desde la ira que sólo el dolor desgarrado permite. Desde la fuerza
que sólo el amor hace posible.
Tomé decisiones. Resolví. Despedí. Solté
los brazos y el alma. Puse hierbas para acompañar el cuerpo de mi guerrero al
final de su batalla. Quemé la sinrazón. Ablandé la coraza. Miré los límites.
Dormí la enfermedad. Inicié este viaje.
Trescientos sesenta y cinco días son
pocos. Pocos para reandar el camino y adentrarme en la mar. Apenas suficientes
para plantar los pies en la tierra y volver a sentir la vida florecer. Son los
días necesarios para detener la sangre y entregársela a la luna. Son las horas
suficientes para repasar el reflejo de mi rostro y para saber que nunca
renunciaré a mis claroscuros.
Ese día canté una canción. Resolví y
recaí. Me volví a entregar, sin remedio y sin reparo. Olvidé. Atesoré. Sembré
una primavera entre las cenizas.
Trescientos sesenta cinco y días son
apenas suficientes para sostener la dignidad. Apenas lo necesario para
alimentar la memoria y sostener la promesa.
Trescientos sesenta y cinco días después
mis letras hablan y mi danza retumba en el centro de la tierra. Mis guardianes todavía
me vigilan. Mi cuerpo se estremece. Mi miedo sabe que siempre cederá el paso al
amor.
Trescientos sesenta y cinco días después
vuelvo a gritar con la fuerza del amor, porque he seguido reclamando lo que me
pertenece, porque he seguido sabiendo que el dolor está aquí para recordarme el descanso,
el alivio, la vida.
Tomo decisiones. Resuelvo. Valoro.
Siembro. Amo. Recuerdo. Duelo. Sostengo. Sonrío. Creo. Vivo.
Trescientas sesenta y cinco puertas,
entreabiertas, por abrir, abiertas de par en par.
Trescientos sesenta y cinco días... y
contando.
EACGR (En un febrero frío)
22/2/2015
sábado, 7 de febrero de 2015
Si el tiempo hablara
Si el tiempo hablara me susurraría al
oído que este no es un tiempo de sobresaltos.
Si el tiempo hablara querría decirme que
lo que inicia no es un principio sino una continuación.
Si el tiempo hablara me diría que ha sido
lento y amargo, pero que puede ser hogar y santuario.
Si el tiempo me hablara sabría que sobra
y falta para volver a pasar un recuerdo por el corazón.
Si el tiempo usara palabras serían
cotidianas y simples. Vendrían cargadas de tiempo: Memoria. Hogar. Noche.
Mariposa.
Si el tiempo hablara callaría frente a
mis dudas. Sólo habría un silbido profundo y sin tiempo.
Si el tiempo hablara me escucharía sin
prisa. Sabría que me he convertido en palabra-alada y sagrada para hablar sin
tiempo.
Si el tiempo hablara me indicaría el
camino. Un camino de imágenes y sensaciones, capaz de regresarme al principio
del tiempo.
Si el tiempo hablara sería canción que
canta al viento. Sería percusión que resuena con el aliento de mi corazón.
Si el tiempo hablara me acompañaría sin
duda a ese mi rincón. Sin duda se aseguraría de hacerme saber que lo que habita
en mí no es otra cosa mas que el tiempo...
EACGR (Un poco volando, un poco pisando.
1 febrero 2015)
lunes, 12 de enero de 2015
Mil metros
Sólo hacen falta mil metros.
Mil metros son suficientes para acompasar al corazón. Sirven para distinguir entre lo profundo y la superficie.
En mil metros es posible recuperar el ritmo de la respiración y hacerla más sabia.
Mil metros sirven también para que la vida en las venas corra sin presiones, sin miedos, sin cansancio.
Sólo mil metros hacen falta para acortar el camino entre el pensamiento y el cuerpo. Uno se calma, el otro despierta.
Mil metros son la distancia perfecta entre doler y sólo fluir. Brazos, piernas, pecho son ágiles y en mil metros abandonan el miedo o la desesperanza.
En mil metros el silencio lo cubre todo, sin prejuicio, sin expectativas. Y el tiempo se vuelve cíclico, con cada fin y cada principio, hasta completar los mil metros.
Podrían ser mil quinientos, pero por ahora mil metros son suficientes.
Un día serán dos mil o tres mil, pero hoy el horizonte en mil metros es más que suficiente.
Ere (ahogada en luz)
Mil metros son suficientes para acompasar al corazón. Sirven para distinguir entre lo profundo y la superficie.
En mil metros es posible recuperar el ritmo de la respiración y hacerla más sabia.
Mil metros sirven también para que la vida en las venas corra sin presiones, sin miedos, sin cansancio.
Sólo mil metros hacen falta para acortar el camino entre el pensamiento y el cuerpo. Uno se calma, el otro despierta.
Mil metros son la distancia perfecta entre doler y sólo fluir. Brazos, piernas, pecho son ágiles y en mil metros abandonan el miedo o la desesperanza.
En mil metros el silencio lo cubre todo, sin prejuicio, sin expectativas. Y el tiempo se vuelve cíclico, con cada fin y cada principio, hasta completar los mil metros.
Podrían ser mil quinientos, pero por ahora mil metros son suficientes.
Un día serán dos mil o tres mil, pero hoy el horizonte en mil metros es más que suficiente.
Ere (ahogada en luz)
domingo, 21 de septiembre de 2014
Las ciudades
Este mes visité el terruño. Hace dos eternidades que no andaba ese camino de serenidad y seguridad. Al llegar sentí cómo la ciudad es la misma y ha cambiado. Las calles y mis itinerarios personales me hablan al oído de los pasos que di hace unos años en esas mismas aceras. La ciudad me sigue hablando de mi papá y del arraigo que su cielo me ha dado desde niña. Me sigue gritando que el Sol ilumina y quema. Me sigue devolviendo el abrazo de hogar.
Y sin embargo... ya no es el hogar de antes, papá no está y hay
muchos días sin sol.
La ciudad es la misma y yo he cambiado. Sigo regresando a ella y
en cada retorno me percato que yo simplemente ya no soy. Sé que mis ojos
dejaron de mirar las mismas cosas y que mi corazón dejó de palpitar con el
mismo ritmo.
En estos días también he viajado a una ciudad a la orilla del mar. Tan familiar y tan
cálida. Esta vez sólo me acerqué a la playa por breves instantes y supe que también
ha cambiado, aunque me sigue acariciando con el mismo olor a sal y algas. De nuevo soy yo la que cambia a cada instante,
transitando del juego a la furia y de la nostalgia a la paz de un mar sin
lluvia. Las calles, las casas, la playa, el mar, la gente me invitan a quedarme...
y al tocar brevemente la posibilidad me percato que mi piel dejó de sentir de
la misma manera y que mis brazos ya no sostienen los mismos sueños.
Ahora vuelvo a casa, esa multitud de espacios vacíos que esconden
el agridulce de mi vida. Vuelvo a casa y sé que al cruzar la puerta me
encontraré de nuevo con el infinito de mi soledad, ese que me nutre y que me
arranca suspiros y recuerdos. Vuelvo a casa a encontrarme con esa otra yo que
cambia todo el tiempo y que se resguarda en todas sus versiones bajo el mismo
techo. Vuelvo a casa a vaciarme. Vuelvo a casa a mirarme renovada, herida y
grande, fuerte y triste, apasionada y cansada. Vuelvo a casa: a sus sombras, a
mi luz, a la vida, a la que fui y a la que ya no puedo ser más. Vuelvo a casa
mientras vuelvo a ser hogar.
ECGR (ahogada en 7 meses de ausencia)
21 septiembre de 2014
domingo, 29 de junio de 2014
El tiempo
Hoy
recibí un mensaje de un antiguo amor. Venía con cientos de fotografías de hace
tiempo. De mí a los 16 años, sin huellas ni cicatrices. Creo que mi sonrisa no
ha cambiado, pero mi mirada me parece desconocida. Y pensé que el tiempo no es
tiempo en realidad: Es recuerdo que me habita, eterno y sin rumbo.
Me
han dicho que el tiempo cura y sana todas las heridas, incluso ayuda a olvidar.
Hoy mientras manejaba bajo la lluvia y sentía que en realidad no avanzaba,
pensé que el tiempo no cambia ni camina. Por momentos parece estático, como si
flotara bajo el agua sin poder distinguir arriba y abajo.
Ayer
se habló sobre el estar de una persona con otra y del encuentro de ambas en una
situación dada. El tiempo pareciera entonces ser una relación, una forma de
vincularnos. Yo pensaba que el tiempo está sólo en el habla, en lo que evocamos
al convertirlo en palabra... y entonces no sólo me faltan instantes, sino
también palabras para decir algo sobre el tiempo que transito.
Se
achica y se rompe. El tiempo me rompe. Estoy rota en el tiempo. Estoy sola en
la evocación de una historia sin tiempo que no anuncia su final, pero acaba de
repente. Y sin embargo continúa. El
tiempo no pasa, se queda. A mí se me queda en un último suspiro, en un café
con anís, en una camisa a cuadros, en el techo que no volverá a cubrirnos. El
tiempo se me queda atorado en la garganta y se cierra y me enmudece. El tiempo,
como el viento frío y húmedo de un día de junio, se me cuela por entre las
rendijas de la piel cuarteada... y sólo puedo repetirme la estrofa de aquella
canción: “Anda, deja que te acompañe que no es momento de andar sola”... (http://youtu.be/lKacDJUesi4)
El
tiempo no es el tiempo, es recuerdo y es relación, es evocación y es palabra.
El tiempo no es el tiempo. Soy yo, que estoy rota y sin tiempo.
EACGR
EACGR
martes, 10 de junio de 2014
Los túneles
Las profundidades pueden ser atractivas. La del
océano y la de los ríos. La del universo y la del horizonte. También la de las
cavernas de la tierra. Mi viaje parece tener siempre la presencia de túneles
por los que las vías se adentran en profundidades complejas. Algunos son largos
y con trayectoria imprecisa, otros son casi imperceptibles.
Últimamente me ha dado por detenerme a pensar sobre los túneles a los que
nos adentramos mientras viajamos a la profundidad de nuestras relaciones. La
presencia en el túnel hace toda la diferencia. Se está solo ahí dentro o se
sabe la compañía de quienes de una u otra manera deciden viajar con nosotros.
El túnel personal, o el túnel de otra persona, pueden estar plagados de
silencios. También en ellos puede haber historias en fragmentos, pasajes poco
explorados de miedo o incertidumbre. El túnel puede ser un remanso para
refugiarse de la luz que ciega o de la fuerza de una realidad aplastante.
También puede ser una escapatoria, una aparente protección que a la larga nos
traga en oscuros recovecos.
Los túneles pueden ser muy injustos. Para el que los transita y para quien
se convierte en testigo. Injusto es no saber quién nos ha llevado ahí o por qué
nos encontramos en medio de tal profundidad. Injusto es no poder comunicarse
hacia fuera ni poder mirar en realidad hacia adentro. Injusto es no conocer el
inicio. Injusto es esperar que llegue a su fin. Injusto es suponer que alguien
nos encontrará ahí dentro o que nosotros mismos podremos encontrar la salida
sin ayuda.
Yo conozco muy bien el túnel de la ansiedad, de la enfermedad, de la locura
y de los finales forzosos. Conozco el túnel de la soledad irremediable y de la
vergüenza. He transitado el túnel del silencio y de la rigidez. Los túneles
indecibles de la frustración, del fracaso y de la desesperanza. Y en
todos ellos, la presencia de un otro ha hecho toda la diferencia. Volver la
vista atrás y saber que alguien transita conmigo. O bien, saber que el túnel al
que alguien más se ha adentrado tiene un propósito, un inicio y un final, y que
así tengo la posibilidad de acompañarle.
Los túneles no son mis pasajes favoritos de este viaje en tren, pero sin
ellos poco me sorprendería el paisaje y la luz que adormece los sentidos hasta
conseguir despertar algo más profundo. Los túneles, como las madrugadas y
cualquier otra transición, me inquietan tanto que he aprendido a intentar
evitarlos. Y sin embargo son los mismos túneles los que más me revelan sobre mí
misma y sobre aquellas personas con las que me relaciono. Son una oportunidad
de tocar toda la vulnerabilidad posible y regresar a la antigua lección:
Confiar.
Cada noche, cada día, cada segundo de mi vida es un túnel que debo
transitar. Ahora lo sé. Y sólo me resta esperar-saber-querer que haya alguien
esperándome del otro lado.
EACGR (A propósito de ciertas profundidades) Junio 2014
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