domingo, 8 de marzo de 2015

Llego a buscarte

Llego a encontrarte. Te busco en las paredes y en la taza de café. Te sigo en el aroma del anís mezclado con tabaco. Te encuentro en una sonrisa ausente que no suena ni sabe.

Llego a encontrarte y te me confundes con las algas que traje del mar. Te confundes entre los suspiros y las posibilidades. Te escondes entre la imaginación y la cordura.

Llego a encontrate y te llamo entre la muda soledad de una casa sin tiempo. Te hablo y te pregunto si eres tú el que habita esta nueva ráfaga de calor en mi pecho. Te llamo y espero respondas por esta ilusión, por esta locura, por este mar agitado buscando saciarse.

Llego buscándote y me encuentro con tus ojos que ya no miran. Te miro fijamente y te encuentro en otras canciones, en otros versos, en las flores que no me diste. Te encuentro en mi cuerpo despertando a la ensoñación.

Llego buscándote y me encuentro. Sigo tu mapa y descubro las nuevas rutas a la caricia y al dulce beso de un tiempo que aún no llega.

Vengo a buscarte y te encuentro, sin saberlo, al encontrarme con amor y sin miedo.

Vengo a buscarte siempre que me voy, siempre que me quedo, siempre que atravieso. Vengo a buscarte mientras llego a esta playa que brilla con la luz de un nuevo y radiante sol.

domingo, 22 de febrero de 2015

Trescientos sesenta y cinco días

Trescientos sesenta y cinco días atrás sentía el cuerpo anestesiado. Cansado. Aliviado.

Mis guardianes vigilaban mi estar. Me sostenían. Me llenaban de vida. Me abrazaban, como siempre y como nunca. Me llenaban de dulce luz.

Ese día grité, alcé mi voz y reclamé lo que era mío. Desde la ira que sólo el dolor desgarrado permite. Desde la fuerza que sólo el amor hace posible.

Tomé decisiones. Resolví. Despedí. Solté los brazos y el alma. Puse hierbas para acompañar el cuerpo de mi guerrero al final de su batalla. Quemé la sinrazón. Ablandé la coraza. Miré los límites. Dormí la enfermedad. Inicié este viaje.

Trescientos sesenta y cinco días son pocos. Pocos para reandar el camino y adentrarme en la mar. Apenas suficientes para plantar los pies en la tierra y volver a sentir la vida florecer. Son los días necesarios para detener la sangre y entregársela a la luna. Son las horas suficientes para repasar el reflejo de mi rostro y para saber que nunca renunciaré a mis claroscuros.

Ese día canté una canción. Resolví y recaí. Me volví a entregar, sin remedio y sin reparo. Olvidé. Atesoré. Sembré una primavera entre las cenizas.

Trescientos sesenta cinco y días son apenas suficientes para sostener la dignidad. Apenas lo necesario para alimentar la memoria y sostener la promesa.

Trescientos sesenta y cinco días después mis letras hablan y mi danza retumba en el centro de la tierra. Mis guardianes todavía me vigilan. Mi cuerpo se estremece. Mi miedo sabe que siempre cederá el paso al amor.

Trescientos sesenta y cinco días después vuelvo a gritar con la fuerza del amor, porque he seguido reclamando lo que me pertenece, porque he seguido sabiendo que el dolor está aquí para recordarme el descanso, el alivio, la vida. 

Tomo decisiones. Resuelvo. Valoro. Siembro. Amo. Recuerdo. Duelo. Sostengo. Sonrío. Creo. Vivo.

Trescientas sesenta y cinco puertas, entreabiertas, por abrir, abiertas de par en par.

Trescientos sesenta y cinco días... y contando.

EACGR (En un febrero frío)
22/2/2015


sábado, 7 de febrero de 2015

Si el tiempo hablara

Si el tiempo hablara me susurraría al oído que este no es un tiempo de sobresaltos.

Si el tiempo hablara querría decirme que lo que inicia no es un principio sino una continuación.

Si el tiempo hablara me diría que ha sido lento y amargo, pero que puede ser hogar y santuario.

Si el tiempo me hablara sabría que sobra y falta para volver a pasar un recuerdo por el corazón.

Si el tiempo usara palabras serían cotidianas y simples. Vendrían cargadas de tiempo: Memoria. Hogar. Noche. Mariposa.

Si el tiempo hablara callaría frente a mis dudas. Sólo habría un silbido profundo y sin tiempo.

Si el tiempo hablara me escucharía sin prisa. Sabría que me he convertido en palabra-alada y sagrada para hablar sin tiempo.

Si el tiempo hablara me indicaría el camino. Un camino de imágenes y sensaciones, capaz de regresarme al principio del tiempo.

Si el tiempo hablara sería canción que canta al viento. Sería percusión que resuena con el aliento de mi corazón.

Si el tiempo hablara me acompañaría sin duda a ese mi rincón. Sin duda se aseguraría de hacerme saber que lo que habita en mí no es otra cosa mas que el tiempo...

EACGR (Un poco volando, un poco pisando. 1 febrero 2015)


lunes, 12 de enero de 2015

Mil metros

Sólo hacen falta mil metros.

Mil metros son suficientes para acompasar al corazón. Sirven para distinguir entre lo profundo y la superficie.

En mil metros es posible recuperar el ritmo de la respiración y hacerla más sabia.

Mil metros sirven también para que la vida en las venas corra sin presiones, sin miedos, sin cansancio.

Sólo mil metros hacen falta para acortar el camino entre el pensamiento y el cuerpo. Uno se calma, el otro despierta.

Mil metros son la distancia perfecta entre doler y sólo fluir. Brazos, piernas, pecho son ágiles y en mil metros abandonan el miedo o la desesperanza.

En mil metros el silencio lo cubre todo, sin prejuicio, sin expectativas. Y el tiempo se vuelve cíclico, con cada fin y cada principio, hasta completar los mil metros.

Podrían ser mil quinientos, pero por ahora mil metros son suficientes.

Un día serán dos mil o tres mil, pero hoy el horizonte en mil metros es más que suficiente.

Ere (ahogada en luz)

domingo, 21 de septiembre de 2014

Las ciudades



Este mes visité el terruño.  Hace dos eternidades que no andaba ese camino de serenidad y seguridad. Al llegar sentí cómo la ciudad es la misma y ha cambiado. Las calles y mis itinerarios personales me hablan al oído de los pasos que di hace unos años en esas mismas aceras. La ciudad me sigue hablando de mi papá y del arraigo que su cielo me ha dado desde niña. Me sigue gritando que el Sol ilumina y quema. Me sigue devolviendo el abrazo de hogar.
Y sin embargo... ya no es el hogar de antes, papá no está y hay muchos días sin sol.
La ciudad es la misma y yo he cambiado. Sigo regresando a ella y en cada retorno me percato que yo simplemente ya no soy. Sé que mis ojos dejaron de mirar las mismas cosas y que mi corazón dejó de palpitar con el mismo ritmo.

En estos días también he viajado a una ciudad a la orilla del mar. Tan familiar y tan cálida. Esta vez sólo me acerqué a la playa por breves instantes y supe que también ha cambiado, aunque me sigue acariciando con el mismo olor a sal y algas.  De nuevo soy yo la que cambia a cada instante, transitando del juego a la furia y de la nostalgia a la paz de un mar sin lluvia. Las calles, las casas, la playa, el mar, la gente me invitan a quedarme... y al tocar brevemente la posibilidad me percato que mi piel dejó de sentir de la misma manera y que mis brazos ya no sostienen los mismos sueños.

Ahora vuelvo a casa, esa multitud de espacios vacíos que esconden el agridulce de mi vida. Vuelvo a casa y sé que al cruzar la puerta me encontraré de nuevo con el infinito de mi soledad, ese que me nutre y que me arranca suspiros y recuerdos. Vuelvo a casa a encontrarme con esa otra yo que cambia todo el tiempo y que se resguarda en todas sus versiones bajo el mismo techo. Vuelvo a casa a vaciarme. Vuelvo a casa a mirarme renovada, herida y grande, fuerte y triste, apasionada y cansada. Vuelvo a casa: a sus sombras, a mi luz, a la vida, a la que fui y a la que ya no puedo ser más. Vuelvo a casa mientras vuelvo a ser hogar.

ECGR (ahogada en 7 meses de ausencia)
21 septiembre de 2014



domingo, 29 de junio de 2014

El tiempo



Hoy recibí un mensaje de un antiguo amor. Venía con cientos de fotografías de hace tiempo. De mí a los 16 años, sin huellas ni cicatrices. Creo que mi sonrisa no ha cambiado, pero mi mirada me parece desconocida. Y pensé que el tiempo no es tiempo en realidad: Es recuerdo que me habita, eterno y sin rumbo. 

Me han dicho que el tiempo cura y sana todas las heridas, incluso ayuda a olvidar. Hoy mientras manejaba bajo la lluvia y sentía que en realidad no avanzaba, pensé que el tiempo no cambia ni camina. Por momentos parece estático, como si flotara bajo el agua sin poder distinguir arriba y abajo.

Ayer se habló sobre el estar de una persona con otra y del encuentro de ambas en una situación dada. El tiempo pareciera entonces ser una relación, una forma de vincularnos. Yo pensaba que el tiempo está sólo en el habla, en lo que evocamos al convertirlo en palabra... y entonces no sólo me faltan instantes, sino también palabras para decir algo sobre el tiempo que transito.

Se achica y se rompe. El tiempo me rompe. Estoy rota en el tiempo. Estoy sola en la evocación de una historia sin tiempo que no anuncia su final, pero acaba de repente. Y sin embargo continúa.  El tiempo no pasa, se queda. A mí se me queda en un último suspiro, en un café con anís, en una camisa a cuadros, en el techo que no volverá a cubrirnos. El tiempo se me queda atorado en la garganta y se cierra y me enmudece. El tiempo, como el viento frío y húmedo de un día de junio, se me cuela por entre las rendijas de la piel cuarteada... y sólo puedo repetirme la estrofa de aquella canción: “Anda, deja que te acompañe que no es momento de andar sola”... (http://youtu.be/lKacDJUesi4)


El tiempo no es el tiempo, es recuerdo y es relación, es evocación y es palabra. El tiempo no es el tiempo. Soy yo, que estoy rota y sin tiempo.

EACGR

martes, 10 de junio de 2014

Los túneles

Las profundidades pueden ser atractivas. La del océano y la de los ríos. La del universo y la del horizonte. También la de las cavernas de la tierra. Mi viaje parece tener siempre la presencia de túneles por los que las vías se adentran en profundidades complejas. Algunos son largos y con trayectoria imprecisa, otros son casi imperceptibles.


Últimamente me ha dado por detenerme a pensar sobre los túneles a los que nos adentramos mientras viajamos a la profundidad de nuestras relaciones. La presencia en el túnel hace toda la diferencia. Se está solo ahí dentro o se sabe la compañía de quienes de una u otra manera deciden viajar con nosotros.

El túnel personal, o el túnel de otra persona, pueden estar plagados de silencios. También en ellos puede haber historias en fragmentos, pasajes poco explorados de miedo o incertidumbre. El túnel puede ser un remanso para refugiarse de la luz que ciega o de la fuerza de una realidad aplastante. También puede ser una escapatoria, una aparente protección que a la larga nos traga en oscuros recovecos.

Los túneles pueden ser muy injustos. Para el que los transita y para quien se convierte en testigo. Injusto es no saber quién nos ha llevado ahí o por qué nos encontramos en medio de tal profundidad. Injusto es no poder comunicarse hacia fuera ni poder mirar en realidad hacia adentro. Injusto es no conocer el inicio. Injusto es esperar que llegue a su fin. Injusto es suponer que alguien nos encontrará ahí dentro o que nosotros mismos podremos encontrar la salida sin ayuda.

Yo conozco muy bien el túnel de la ansiedad, de la enfermedad, de la locura y de los finales forzosos. Conozco el túnel de la soledad irremediable y de la vergüenza. He transitado el túnel del silencio y de la rigidez. Los túneles  indecibles de la frustración, del fracaso y de la desesperanza. Y en todos ellos, la presencia de un otro ha hecho toda la diferencia. Volver la vista atrás y saber que alguien transita conmigo. O bien, saber que el túnel al que alguien más se ha adentrado tiene un propósito, un inicio y un final, y que así tengo la posibilidad de acompañarle.

Los túneles no son mis pasajes favoritos de este viaje en tren, pero sin ellos poco me sorprendería el paisaje y la luz que adormece los sentidos hasta conseguir despertar algo más profundo. Los túneles, como las madrugadas y cualquier otra transición, me inquietan tanto que he aprendido a intentar evitarlos. Y sin embargo son los mismos túneles los que más me revelan sobre mí misma y sobre aquellas personas con las que me relaciono. Son una oportunidad de tocar toda la vulnerabilidad posible y regresar a la antigua lección: Confiar.

Cada noche, cada día, cada segundo de mi vida es un túnel que debo transitar. Ahora lo sé. Y sólo me resta esperar-saber-querer que haya alguien esperándome del otro lado.


EACGR (A propósito de ciertas profundidades)  Junio 2014