Las profundidades pueden ser atractivas. La del
océano y la de los ríos. La del universo y la del horizonte. También la de las
cavernas de la tierra. Mi viaje parece tener siempre la presencia de túneles
por los que las vías se adentran en profundidades complejas. Algunos son largos
y con trayectoria imprecisa, otros son casi imperceptibles.
Últimamente me ha dado por detenerme a pensar sobre los túneles a los que
nos adentramos mientras viajamos a la profundidad de nuestras relaciones. La
presencia en el túnel hace toda la diferencia. Se está solo ahí dentro o se
sabe la compañía de quienes de una u otra manera deciden viajar con nosotros.
El túnel personal, o el túnel de otra persona, pueden estar plagados de
silencios. También en ellos puede haber historias en fragmentos, pasajes poco
explorados de miedo o incertidumbre. El túnel puede ser un remanso para
refugiarse de la luz que ciega o de la fuerza de una realidad aplastante.
También puede ser una escapatoria, una aparente protección que a la larga nos
traga en oscuros recovecos.
Los túneles pueden ser muy injustos. Para el que los transita y para quien
se convierte en testigo. Injusto es no saber quién nos ha llevado ahí o por qué
nos encontramos en medio de tal profundidad. Injusto es no poder comunicarse
hacia fuera ni poder mirar en realidad hacia adentro. Injusto es no conocer el
inicio. Injusto es esperar que llegue a su fin. Injusto es suponer que alguien
nos encontrará ahí dentro o que nosotros mismos podremos encontrar la salida
sin ayuda.
Yo conozco muy bien el túnel de la ansiedad, de la enfermedad, de la locura
y de los finales forzosos. Conozco el túnel de la soledad irremediable y de la
vergüenza. He transitado el túnel del silencio y de la rigidez. Los túneles
indecibles de la frustración, del fracaso y de la desesperanza. Y en
todos ellos, la presencia de un otro ha hecho toda la diferencia. Volver la
vista atrás y saber que alguien transita conmigo. O bien, saber que el túnel al
que alguien más se ha adentrado tiene un propósito, un inicio y un final, y que
así tengo la posibilidad de acompañarle.
Los túneles no son mis pasajes favoritos de este viaje en tren, pero sin
ellos poco me sorprendería el paisaje y la luz que adormece los sentidos hasta
conseguir despertar algo más profundo. Los túneles, como las madrugadas y
cualquier otra transición, me inquietan tanto que he aprendido a intentar
evitarlos. Y sin embargo son los mismos túneles los que más me revelan sobre mí
misma y sobre aquellas personas con las que me relaciono. Son una oportunidad
de tocar toda la vulnerabilidad posible y regresar a la antigua lección:
Confiar.
Cada noche, cada día, cada segundo de mi vida es un túnel que debo
transitar. Ahora lo sé. Y sólo me resta esperar-saber-querer que haya alguien
esperándome del otro lado.
EACGR (A propósito de ciertas profundidades) Junio 2014
:')
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