Hoy
recibí un mensaje de un antiguo amor. Venía con cientos de fotografías de hace
tiempo. De mí a los 16 años, sin huellas ni cicatrices. Creo que mi sonrisa no
ha cambiado, pero mi mirada me parece desconocida. Y pensé que el tiempo no es
tiempo en realidad: Es recuerdo que me habita, eterno y sin rumbo.
Me
han dicho que el tiempo cura y sana todas las heridas, incluso ayuda a olvidar.
Hoy mientras manejaba bajo la lluvia y sentía que en realidad no avanzaba,
pensé que el tiempo no cambia ni camina. Por momentos parece estático, como si
flotara bajo el agua sin poder distinguir arriba y abajo.
Ayer
se habló sobre el estar de una persona con otra y del encuentro de ambas en una
situación dada. El tiempo pareciera entonces ser una relación, una forma de
vincularnos. Yo pensaba que el tiempo está sólo en el habla, en lo que evocamos
al convertirlo en palabra... y entonces no sólo me faltan instantes, sino
también palabras para decir algo sobre el tiempo que transito.
Se
achica y se rompe. El tiempo me rompe. Estoy rota en el tiempo. Estoy sola en
la evocación de una historia sin tiempo que no anuncia su final, pero acaba de
repente. Y sin embargo continúa. El
tiempo no pasa, se queda. A mí se me queda en un último suspiro, en un café
con anís, en una camisa a cuadros, en el techo que no volverá a cubrirnos. El
tiempo se me queda atorado en la garganta y se cierra y me enmudece. El tiempo,
como el viento frío y húmedo de un día de junio, se me cuela por entre las
rendijas de la piel cuarteada... y sólo puedo repetirme la estrofa de aquella
canción: “Anda, deja que te acompañe que no es momento de andar sola”... (http://youtu.be/lKacDJUesi4)
El
tiempo no es el tiempo, es recuerdo y es relación, es evocación y es palabra.
El tiempo no es el tiempo. Soy yo, que estoy rota y sin tiempo.
EACGR
EACGR