Hace mucho que inicié este diario de viaje. Tuve que suspenderlo porque la intensidad
de la experiencia es tanta que me sobrepasaba. Decidí parar y descansar,
acomodar un poco lo vivido dejando que se asentara. Hoy decido retomar el
relato pues casi termina el año, no se acabó el mundo y tampoco estoy muy
segura si ha empezado una nueva era.
En mi opinión la vida está plagada de parte aguas que nos tocan, nos
reorientan, nos transforman. Unos son más aparatosos que otros y son seguidos
por la crisis o la angustia, otros más cotidianos y sencillos son casi
imperceptibles. Así la enfermedad y así el camino de transformación que se nos
revela a través de ella.
Durante la enfermedad de Mau y el largo proceso de diagnóstico, atravesamos
por muchas incertidumbres y angustias. Yo sentía que necesitaba más información
y más precisa, necesitaba que los médicos me explicaran de manera integral y
poco condescendiente lo que ocurría, lo que podía significar y lo que podíamos
hacer al respecto. También sentía, a lo largo de todo el proceso, que íbamos
dando tumbos en un camino a oscuras. Sentía que faltaba atención a lo que
sentíamos y a las diversas formas que buscamos para darle sentido, así como
para encontrar fuerzas y seguir andando.
Mau y yo buscamos en nuestras redes de apoyo y en nuestros propios
recursos: acudimos a terapia, recibimos reiki, investigamos incansablemente en
Internet, preguntamos a otros profesionales de la salud, pedimos consejo a
otros pacientes de cáncer y nos abrazamos muy fuerte para atravesar la larga
noche de tormenta que amenazaba nuestro viaje.
La intención de contarles todo esto es decir que el entorno no siempre nos
da lo que necesitamos y entonces debemos buscarlo nosotros mismos. Que no lo
veamos cerca y nítidamente no significa que no exista. También tengo la intención de decir que estas
búsquedas adicionales a los tratamientos médicos, tan desvinculados de lo
psicoemocional, son fundamentales para acompañar de manera más integral al
proceso de sanación.
No me quiero referir necesariamente a un solo estilo de curas alternativas
o exclusivamente al acompañamiento terapéutico. Me refiero a movilizar todos y
cada uno de los recursos que se tienen para atravesar por el proceso de la
mejor manera posible. Ejemplos tengo muchos, pero quizás son dos los más
significativos: los ratos en las salas de espera y la leche de amaranto….
La sala de espera
Había llegado el momento de la segunda quimioterapia. Ya sabíamos lo que se
avecinaba y por conocimiento de causa nuestra ansiedad era mayor.
Mientras Mau recibía el tratamiento en un recinto separado de donde
esperábamos los familiares, confirmé que los seres humanos por naturaleza nos
regulamos en grupos. Casi de manera natural empecé a conversar con personas que
esperaban a sus familiares o a pacientes de cáncer que aún no llegaban a su
turno. Todos teníamos la experiencia de la enfermedad, directa o indirectamente
y en distintos momentos del proceso. Todos compartíamos sentimientos, miedos y
esperanzas. Ese era el punto de partida que nos permitía acompañarnos sin
conocernos y darnos contención unos a otros.
Para mí fue muy sanador sentirme parte de ese grupo de personas, al menos
por unas horas, pues me ofrecía la posibilidad de ver mi propia experiencia
sostenida por muchos y no sólo por mis hombros. Pero también me proporcionó
información y consejos útiles: ahí aprendí que untar aloe vera en las venas que
recibirán la quimioterapia ayuda a suavizarlas, también aprendí que los
tratamientos de quimioterapia generan rechazo de la proteína animal y que ese
aporte nutricional se puede compensar con Prosure[1]. Supe
también que la miel y el propoleo ayudan a aliviar las aftas en la boca. Aprendí
que todos los pacientes atraviesan por estados de ánimo muy cambiantes y que
quienes los cuidamos debemos comprender que no es personal y tratar de no
abrumarlos.
En esas largas horas aprendí que la espera puede también transformarse en
encuentro y apoyo.
La leche de amaranto
Avanzados los tratamientos, los efectos secundarios se volvían cada vez más
fuertes y más dolorosos. Mau no tenía casi saliva, tenía la boca entera plagada
de aftas y la comida le sabía horrible.
Comer era un suplicio y pasamos de sopas a caldos, de caldos a papillas, de
papillas a licuados. Los licuados empezaron teniendo dos huevos, frutas,
cereales, leche y otros suplementos alimenticios, pero conforme se agravaban
las condiciones, fuimos retirando ingredientes pues le ardían, se pegaban en
sus encías o no era posible que los tragara.
Mi desesperación era mucha pues perdía peso y temía que el caso se hiciera
extremo como para suspender el tratamiento o que le tuvieran que colocar una
sonda para alimentarlo por la nariz.
Mis intentos eran todos muy desesperados e infructuosos.
Parecía que ya ni la leche toleraba…
Y entonces, una querida profesora de la escuela donde trabajo me compartió
los beneficios y la receta de la leche de amaranto.
Resulta que el pequeño cereal mexicano es noble y amable: altamente
nutritivo, de fácil digestión, barato y con un Ph bastante neutro que lo hace aceptable.
Cada tercer día pasaba muchas horas cociendo el amaranto en ollas con agua
y una pizca de sal, colando, licuando, volviendo a colar. Así la leche de
amaranto nutrió y sostuvo a Mau durante meses.
Me decían que podía comprarla en algunas selectas tiendas de productos
orgánicos… pero yo preferí prepararla pues fue símbolo de amor, de nutrición,
de hogar y de familia. Era una de las pocas cosas que podía realmente “hacer”
para acompañarlo en la sanación y era una de las cuantas cosas que podía “controlar”
en sus tratamientos.
Tomé la nutrición como un acto esencial de amor y de crecimiento y la leche
de amaranto me dio la posibilidad de hacerlo.
…
Hace muy poco comentaba con amigos gestaltistas la
trascendencia de la enfermedad y su relación con la salud emocional. Se ha
dicho mucho que el cuerpo debe atenderse a la par que el alma y la mente, pero
estas palabras están vacías si no se las acompaña con las experiencias que les
dan vida.
Sin los encuentros en las salas de espera, sin la leche
de amaranto, sin todos los múltiples apoyos a los que recurrimos, el camino de
la salud habría sido más arduo o más largo.
Al final sólo resta agradecer a quienes consciente o
inconscientemente nos ayudaron. Y agradecernos a nosotros mismos por
permitirnos pedir y recibir ayuda.
[1] Una variación del suplmenento
alimenticio de nombre Ensure. Esta variante tiene adicionadas proteínas y está
elaborado especialmente para ser tolerado y aceptado por pacientes oncológicos.
Ver http://prosure.com/default.aspx
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